Saturday, November 19, 2011

Descosiendo

Parece que últimamente todo está relacionado con mi esguince; van pasando los días y voy entendiendo que ni pasó por casualidad ni porque soy gafe, y aunque sea poco a poco, le voy viendo el lado positivo

La semana pasada, del día no me acuerdo, me acerqué al piso de mi vecina para devolverle el saco de hielo que me había prestado. Para mi sorpresa me la encontré en pijama y con unos ojos hinchados que la delataban, se había pasado el día llorando. Por lo visto un hermano suyo, su ojito derecho, había abandonado a su familia por una serie de razones y nadie sabía dónde estaba

Nos sentamos, me habló sobre su familia, su infancia y pieza a pieza fue reconstruyendo esa serenidad que tanto le caracterizaba. Por fin sonó el teléfono y ansiosa contestó. Mientras asentía se mordía el labio, me miraba y repetía la misma frase “gracias a Dios”. Esto último me hizo gracia porque jamás la hubiese tomado por una mujer creyente. Una vez colgado el teléfono suspiró y levantando la vista me dedicó una sonrisa cargada de alivio; su hermano había aparecido y estaba de camino a casa.

Lo celebramos con unas buenas risas salpicadas por un poco de pachalán. Pero todo dio un giro inesperado, de repente perdió interés por su vida y se centró de lleno en la mía. Siendo el ataque tan inesperado no pude evitar contestar un poco reacia a sus preguntas que cada vez se volvían más personales y se acercaban a zonas que yo misma evitaba por su próxima inestabilidad.

Al ir contando fue ganando terreno la confianza y sin darme cuenta le había contado todo. Entre los consejos que me dio no fueron más que tres los que me llevé de vuelta al piso ¿los otros? Los deje colgados en la entrada. Solo comentaré uno, ya que es el que se relaciona con el tema que he escogido.

La clave de la felicidad es dar gracias. Dar gracias por todo lo que tienes y compartirlo con los demás. Vivir intensamente, tanto los momentos de alegría como los de dolor.

Y creo que esto es justamente lo que hace una familia, por lo menos la mía.

Ya metida en la cama me venían imágenes a la cabeza; nuestros veranos en Inglaterra, la celebración de noche buena en casa de los abuelos, largos meses en Laredo junto a mis primos; la cara de tristeza de mi madre tras perder otro hijo, los cinco en el comedor con el cochinillo, los paseos familiares en Alemania; las visitas a museos, aprendiendo a esquiar en la rampa de casa, recogiendo ciruelas para hacer mermelada; las barbacoas los fines de semana, las comiditas que os hacia tragar en mi casa de muñecas, la alegría de todos al saber que Nicolás sí que vendría al mundo; haciendo arcos con James y Ian en el jardín, aprendiendo a coser con mi madre, poner el árbol escuchando los villancicos de siempre; todos en la chimenea escribiendo la carta a los reyes magos, nuestras peleas por culpa de las notas, noche vieja en la bodega; algún que otro grito desde el cuarto de nuestros padres, viajes, las pelis acurrucada encima de mi padre, cazando lagartijas con mis hermanos; llorando por el cáncer del tío Alex, las visitas de la abuela Nicol, las galletas navideñas del abuelo Walter; con mi padre y mis hermanos tocando la guitarra, el nacimiento de Nicolás, las mudanzas; las interminables llamadas con mi prima Maria, las obras de teatro, la muerte del abuelo; los interminables porqués de Nicolás, jugando al baseball con mi padre...

Todo esto y mucho más lo hemos compartido; todo esto une a nuestra familia y sólo puedo dar gracias por formar parte de ello.

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